Hace unos años se publicaba en el TENTACIONES una columna de JORDI COSTA muy mostrenca y saltamontes que me gustaba mucho, ilustrada por DARÍO ADANTI, un dibujante de tebeos muy original. Yo guardaba los artículos que más me gustaban con la intención de hacer una web homenaje, olvidando los derechos de autor, de la que sólo hice la primera página y jamás colgué. Ésta fue la columna que seleccioné:
Hay una manera eficaz de distinguir las voces narrativas con auténtico peso generacional del estridente guirigay de chillidos seudoliterarios que pretenden erigirse en espejo de su época. La primera vez que se escucha una de esas voces, uno -pertenezca o no a la generación interesada- debe sentir miedo, como lo siente Simba, el protagonista de El rey león, ante el sonido atronador de esa estampida de ñúes que se cierne sobre él. La literatura generacional es la forma más o menos civilizada que adopta el estruendo de metafórica estampida que, a su paso, va a dejar las cosas anteriores en cierto mal estado. Supone la abolición de lo conocido y el anuncio, casi siempre apocalíptico, de lo que todavía no ha llegado. Y, sobre todo, una legítima voz generacional debe inaugurar un tono, hablar con una cadencia no escuchada. La voz de Chuck Palahniuk, el norteamericano que se dio a conocer con la excepcional obra de culto El club de la lucha, reúne todos esos requisitos. La publicación en España de su segunda obra -Superviviente, traducida por Pablo Álvarez Ellacuría, editada por Muchník Editores- supone, pues, un acontecimiento para todos los que quisiéramos sentirnos como ñúes en la estampida que encabeza este autor bárbaro que se comunica con sobrecogedoras visiones.
En 1943, el abuelo de Chuck Palahniuk cogió una escopeta, mató a su esposa y buscó por la casa a su hijo de cuatro años hasta que decidió pegarse un tiro. Ese niño superviviente, padre de Chuck, tardó unos años en encontrar ese terrible final que el destino parecía reservarle: el pasado verano fue asesinado en las montañas de Idaho por un desconocido que remató la faena quemando el cadáver. Palahniuk padre tenía 59 años. Entre ambos incidentes, Chuck Palahniuk nació en Portland (Oregón), creció y se hizo amigo de un puñado de almas perdidas que, inevitablemente, se convertirían en compañeros de generación y congoja vital. Palahniuk trabajó durante años como mecáníco de camiones, acompañó en sus ratos libres a enfermos terminales de un albergue cercano y, un buen día, decidió apuntarse a un taller de escritura creativa impartido por Tom Sparibauer, ese autor al que quizá Almodóvar adapte algún día al cine. Después de la publicación de su primer libro, alguien dijo que Palahniuk era para la literatura lo que la silicona para las tetas.
Si El club de la lucha fue un puñetazo en la cara de ese materialismo que nos ha convertido a todos en castratti de la sociedad del bienestar, Superviviente arremete contra esa espiritualidad de nuevo cuño que no es más que deslumbrante papel celofán, diseñado por expertos en mercadotecnia, envolviendo el vacío. Superviviente es de esas obras que se abren con un terremoto y no dejan de ir hacia arriba: en el primer capítulo, el protagonista, único superviviente de una secta que se ha sacrificado en masa, está en la cabina de un avión que va a estrellarse. La grabación de sus memorias en la caja negra del aparato articulará la trama, centrada en la conversión del personaje en una suerte de terrorífico Mesías mediático y en su historia de amor con una chica que pronostica catástrofes. La escritura de Palahniuk se asemeja a una andanada de e-mails agresivos o a una pesadillesca sucesión de llamadas obscenas recibidas de madrugada. Es imposible leer Superviviente sin que sus escenas más brutales se te queden tatuadas en el cerebro: la conversación en unos lavabos públicos comentada por sus venéreos graffitis, el clímax de ultraviolencia en un vertedero de pornografía, el interludio romántico en el seno de unos grandes almacenes en llamas... ¿Hace falta añadir más? Cómprenlo ya... Es la mejor manera de entenderlo todo.
La patata frita del sol nuevo
1 Estoy observando atentamente una patata frita Pringles. Es como la idea platónica de una patata frita. 0, dicho de otra manera, es el tipo de patata frita que podría aparecer en el interior de uno de esos bocadillos que, en los tebeos de Carpanta, encerraban ensoñaciones alimenticias. Su superficie presenta una rugosidad uniforme, calculada. Es exactamente igual a la patata que me acabo de comer y exactamente igual a la que me comeré a continuación: es un mero eslabón en la sucesión de patatas fritas idénticas que encierra el cilindro de patatas Pringles Original que me he comprado hace un rato. Alguien podría pensar que es la avanzadilla de un futuro antiutópico, ese "mundo feliz" en el que nadie se peleara por coger la patata frita más grande, porque ya no habrá una patata más grande que otra. Llego a una conclusión que me inquieta: ¡no hay nada misterioso en las patatas fritas Pringles!
2 Me inquieta eso, porque el ingeniero que diseñó la máquina que las tuesta es el mismo individuo que, en los últimos tiempos, me ha encerrado en los laberintos espirituales más enigmáticos y me ha retorcido el cerebro con más mala idea que una esnifada de poppers combinada con el efecto de tres mitsubishis y un mordisco de seta alucinógena. El hacedor de las patatas Pringles es uno de los mayores genios de la literatura fantástica: Gene Wolfe, de quien Minotauro ha publicado hace meses Nocturno del sol largo, primer título de su tetralogía El libro del sol largo, saga que prolonga el universo imaginario que nació en la pentalogía El libro del sol nuevo, su obra maestra.
3 Quien me habló primero de Gene Wolfe fue Marcelo Cohen, su habitual traductor, que intentó propiciar mi zambullida con la siguiente y muy mostrenca recomendación: "¡No te lo puedes perder: sale el mejor personaje con dos cabezas de la historia de la literatura!. La obra de Wolfe es una de las más perversas formas artísticas que haya conocido este mostrenco articulista. Obsesivamente preciso en los detalles y calculadamente vago en casi todo lo demás, el escritor tortura sin clemencia al lector aboliendo en un punto estratégico las escasas certidumbres que el texto ha alimentado hasta el momento, o dosificando con cuentagotas información fundamental -lo que hace que, por ejemplo, leyendo El libro del sol nuevo, nadie se dé cuenta hasta el tercer volumen de que lo que ha tomado por fantasía heroica es, en realidad, ciencia-ficcion pura y dura-. No es extraño que Severian, el personaje más popular de Wolfe, sea, en su origen, un torturador, porque lo que le va a este escritor es trepanarnos, abrirnos un boquete en el cráneo para que se airee nuestro caletre con la única enseñanza que podremos llevarnos a la tumba: no hay nada cierto, ni permanente, ni único, ni que se esté quieto... ¡ni siquiera los muertos! Cuando los personajes de El libro del sol nuevo se comen un cadáver, el alma de éste entra en dialogante hibridación con el alma de aquéllos: hacia el final de la saga, Severian empieza a hablar en plural, porque en su espíritu se agolpan muchedumbres. Del mismo modo, en la escritura de Wolfe parece latir toda la historia de la humanidad, de la literatura o incluso los clásicos por venir. Wolfe, que parece haberse zampado todos los grandes cerebros que le han precedido, no escribe novelas: genera universos entendidos como una suma compleja -escheriana- de estratos progresivamente cegadores. ¿Será su práctica literaria una forma de redimirse, como Severian, de su pecado original: la creación de la patata Pringles? No dejen de entrar en el mundo Wolfe: dificilmente podrán salir de él... pero me lo agradecerán.
No te entiendo: ¿qué botón de UeRreeLes?
Escrito por juanlu a las 20 de Junio 2004 a las 01:26 AMAhora lo entiendo: con opera yo no veo los botones de cursiva ni subrayado ni hiperenlace.
Escrito por juanlu a las 22 de Junio 2004 a las 12:57 PMhola me podrias decir como conseguir el libro de el club de lucha por favor
Escrito por Dafne a las 28 de Julio 2004 a las 11:09 AM